23/03/2009
por Leo Cabrera
Eduardo Pereira Cuadra es Inspector General de Policía (R); blanco, del sector de Larrañaga. Estuvo más de un año preso en dictadura. Como Inspector Nacional de Cárceles decidió retirarse, cansado de la corrupción.
-¿Cómo era el ambiente previo al Golpe, en la Policía?
-Yo me recibí como Oficial en el año 1970, comencé a trabajar en los primeros días de enero del 71, en el Departamento de Hurtos y Rapiñas. El país, en ese momento, estaba imbuido en una gran efervescencia política y social, lo que hoy los entendidos denominan ‘lucha de clases’; existía un movimiento guerrillero armado en el país y en contraposición una Escuela de las Américas, que ideó, pergeñó, y mal ejecutó un programa para latinoamérica de lo que se llamó la Doctrina de la Seguridad Nacional, aplicada a través del Departamento de Estado. La llamada Política Pendular Norteamericana trajo al país consecuencias sufridas por unos y otros de distinta manera. Había lucha de clases, lucha por el poder que condujo a que unos, evitando que la guerrilla llegara al poder, dieran un golpe de Estado. Yo, honesta y sinceramente, los considero traidores a la patria porque militares y policías no fueron ideados para atacar a las instituciones sino para defenderlas. Los oficiales de la policía juramos, con el puño de la espada en alto, defender a la Constitución y a la Ley. Siempre me consideré un oficial constitucionalista 100%.
Tuve que trabajar en condiciones especiales porque después se vino el golpe de Estado. Quienes han analizado los hechos del pasado saben que la institución policial perdió vigencia, perdió fuerza; fue desmembrada, el cuadro de oficiales fue perseguido y los opositores al régimen militar fuimos acallados, o, como en mi caso, fuimos presos.
-¿Dónde estuvo preso y por qué?
-En Cárcel Central; 449 días, desde junio del 82 a agosto del 83. Conocí personalidades de la política nacional, como Zumarán. Compartí cárcel con tres o cuatro coroneles del Partido Nacional, opositores al golpe de Estado, afines a la figura de Wilson Ferreira Aldunate. Conocí otros que después fueron embajadores, con quienes todavía tenemos algún trato. Se utilizó una excusa para reprimir a un oficial jamás apegado a la doctrina de Seguridad Nacional. Como en todas las épocas los hombres hemos cometido errores y allí había militares corruptos, sin duda. Aclaré un hecho que estaba vinculado a una empresa maragata que había utilizado medios económicos no santos; por eso se me persiguió.
-¿Dónde hizo la denuncia?
-Lo denuncié al Intendente y al Jefe de Policía de la época: coroneles Bazzano y Mermot.
-¿Qué empresa era?
-No es necesario nombrarla, los hechos están juzgados a nivel de la Justicia y de la historia. Me apoyó mucho el Dr. Pedro Sfeir; gran demócrata, un hombre que ejercía la abogacía de una manera maravillosa.
-Mucha gente se enriqueció en la dictadura…
-Sí; corruptos ha habido y hay en la administración pública. Una de las tantas cosas por las que yo pedí mi retiro es porque no comparto justamente, que las autoridades actuales no hicieron nada por reprimir hechos de corrupción con una línea de acción firme y positiva, particularmente en la Dirección Nacional de Cárceles.
-¿Cómo era ser opositor estando dentro?
-Era muy difícil… Cuando me recibí tenía apenas 20 años de edad. Era la antesala del golpe. (…) Que se ejecutó con planes que ya hacía cuatro o cinco años que estaban gestados y se les cambió la fecha; era hasta ridícula la situación. Todo el mundo se daba cuenta que iba a venir el golpe. Los jóvenes que éramos constitucionalistas únicamente poníamos el impulso para que no se llevaran las instituciones de tiro como las avasallaron. Fue lo que pasó; derecha e izquierda son responsables. Yo creo que la responsabilidad histórica es compartida.
-Dentro de la Policía habrá escuchado o visto cosas con las que discrepaba. ¿Qué podía hacer?
-Se hablaba mucho de la metodología de los interrogatorios, que habían sido importados desde otros ámbitos distintos al ambiente nacional. Muchos oficiales no estábamos de acuerdo. Posteriormente me tocó ejercer como Director de Investigaciones acá en San José y todos saben lo que significaba clasificar a los ciudadanos en A, B o C. Aquellos aberrantes certificados por los cuales algunos padres o jefas de familia perdieron sus trabajos… Era un disparate lo que se hacía.
-¿Le tocaba a la policía decidir quién tenía categoría A, B o C?
-Se hacía toda una indagatoria; se complementaban Policía – Ejército y Ejército – Policía para determinar si la persona era un posible conspirador o si tenía ideas que no eran exactamente las que inculcaba el propio gobierno que era dictatorial, lisa y llanamente. Estabas a favor o en contra. Quien estaba en contra recibía su dosis y quien estaba a favor recibía sus regalías. Mucha gente en San José escaló posiciones en esa época y hoy en día goza de buena salud y tiene su prestigio social. Los pueblos no tienen buena memoria respecto de algunas situaciones en particular…
-Quiere nombrar a alguna.
-No, ya es suficiente con que los vea en la calle.
(…) A mí me tocó personalmente, después del golpe de Estado y de haber sido procesado por la Justicia Militar, que había oficiales de policía que no se animaban a cruzarse en la vereda conmigo; no se animaban a saludarme, sentían vergüenza. Pero no era una vergüenza propia sino ajena. Simplemente fueron títeres de la dictadura.
-Hubo mucha gente destituida por esto de las categorías.
-Y hubo quienes no pudieron recuperar sus trabajos nunca más. Esas categorías eran injustas y no sólo eso, tenían precio. Hubo personas que para poder sostenerse dentro del cargo -porque era lo único que tenían para poder mantener a sus familias-, tuvieron que pagar una categoría B para permanecer aún en la orilla de los empleos públicos. Era parte de la corrupción. Los certificados tenían un valor económico.
-¿O sea que alguien que tenía una categoría C, pagaba, y pasaba a ser B?
-Si encontraba el contacto adecuado. Claro que se hacía. Solamente los que vivimos aquella época sabemos el oscurantismo extraordinario que se vivió en esta sociedad. Destrozaron familias enteras. Se destrozó a la sociedad uruguaya. Hay un gran vacío generacional que hoy está latente en este país. Es lo que algunos autores denominan las heridas del pasado. Esas no se han curado y no se van a curar jamás. Eso no se hace por decreto. En eso comparto el pensamiento de Mujica como jefe guerrillero: Yo jamás perdonaría a un adversario de la guerra. Ni de derecha ni de izquierda. Quien se enfrentó conmigo es un enemigo para toda la vida… No le pueden pedir a un hombre como Mujica, que cumplió una preventiva tan larga, en condiciones extremadamente difíciles y excepcionales, que perdone.
-¿Hubo torturas en el ámbito policial?
-Le soy sincero, como no trabajé en la lucha frontal contra la sedición, nunca me tocó ningún tipo de acción y con esto no estoy tratando de eludir responsabilidades históricas; no me tocó porque yo no ejercí en ninguno de los órganos de inteligencia. Es una de las especialidades que no me apasiona para nada. Yo he sido simplemente un policía de calle, un gran investigador. Creo que me he ganado el derecho; tengo 11 homicidios aclarados a lo largo de mi carrera. Me gustó mucho la criminalística. La inteligencia no me llama la atención para nada…
-¿Qué acciones recuerda que haya hecho en clara oposición a lo que se estaba viviendo? ¿O debía quedarse callado?
-Dependía de quién fuera que dirigía las acciones. Ya en el ámbito departamental, siendo Mermot Jefe de Policía, se hacía una reunión una vez por mes en la Escuela Departamental de Policía. Tengo entendido que Mermot había sido Jefe de Estado Mayor de la División años antes. Era un hombre de una mentalidad muy clara, muy digno del cargo que ocupaba. Siempre quería que se hablara con la verdad, que se dijera lo que uno pensaba y sentía; en eso teníamos libertad. Ahí se hacían comentarios de carácter político muchas veces, cómo no.
-¿Las técnicas de interrogatorio importadas llegaron a la Policía?
En la Jefatura de Montevideo siempre se dijo que Mitrione -secuestrado y ejecutado después- había importado una cantidad de técnicas represivas de esa naturaleza. Ellos tenían una parte del edificio a la que sólo tenía acceso un grupo muy limitado de personas. Hoy son todos policías ya desaparecidos; no creo que quede alguien vivo porque andaban rondando los 50 años. (…)
-¿Qué piensa de la Ley de Caducidad?
-La Ley de Caducidad es otro disparate. Anticonstitucional. No se puede perdonar delitos tan aberrantes. Reconozco que fue un instrumento. Aunque hoy es discutible su aplicabilidad, en su momento trajo un poco de reposo a la sociedad uruguaya, en condiciones muy excepcionales y pactos políticos que ha habido a lo largo de la historia de este país. (…) En aquel momento tuvo su sentido; hoy en día se discute su aplicabilidad o no. Eso es otra cosa.
-¿Qué recuerda de cuando salió de la cárcel?
-Lamentablemente que me sometieron a tribunales de honor… Fue un poco risible porque quienes juzgaban mi honor eran los corruptos del momento. Tengo pruebas jurídicas de que eran los corruptos del país que me sometieron al tribunal de honor y me dieron de baja.
A través de un juicio y del Tribunal de lo Contencioso Administrativo logré recuperar el grado; nunca se me recompuso la carrera y nunca me pagaron ningún peso extra. Yo puedo decir con propiedad que el sacrificio que hice buscando espacios políticos y de apertura, no se lo cobré a las arcas del Estado.
(…) Cuando recuperé la libertad, el 29 de agosto del 83, se me puso un servicio de inteligencia del Ejército a cuidar mi casa. Me hicieron seguimientos hasta el cansancio…
(…) Era más que nada un opositor a la corrupción de aquel momento y a una línea de acción política que yo no compartía. Sin embargo me custodiaban como si fuera un sedicioso. Aclaro que nunca estuve vinculado a la izquierda; soy un hombre demócrata 100%; desde esos años hasta la fecha he estado vinculado al Partido Nacional.
-Después volvió a trabajar.
-Sí, con el grado de comisario. Después, Director de Investigaciones en Canelones, Comisario en Pando… Fui escalando en la carrera lógicamente. Me retiré como Inspector General de la Policía Nacional, grado máximo en la actividad y de lo que estoy muy orgulloso.
-Se retiró enojado.
– Más bien resentido. Terminé mi carrera en la Dirección Nacional de Cárceles. Creo en la redención de la pena, cosa que sólo alcanza un preso trabajando.(…) Creo que hay un 70 u 80% de presos que realmente quiere trabajar; el Estado debe darles las herramientas, las semillas, los tractores, hacer colonias granjas… Hay ocho mil presos que deben ganarse el sustento para ellos y sus familias. Si bien tienen algunos derechos suspendidos, no los perdieron. Me parece que es por el trabajo que se debe buscar la solución.
Golpeé muchas puertas; tuve el orgullo de haber planteado este tema en el Paraninfo de la Universidad. Es un tema que me apasiona y creo que tengo la verdad en la mano: el preso no puede estar sometido al ocio el día entero… hay que ayudarlo a desarrollarse, sacarlo del estado de postración en que está.
-Usted entiende que hay mucha corrupción.
-Sin duda; en todos lados y particularmente en el Ministerio del Interior. Le quieren poner un manto para que disfruten quienes no se han apegado a las normas de disciplina y orden de la institución policial.
-¿Tiene nombres y pruebas?
-Yo denuncié todos los hechos que entendí que debían ser denunciados de acuerdo con el marco jurídico establecido en el artículo 177 del Código Penal… Entre otras cosas denuncié al que después fue vicepresidente de la República (Hierro López), porque no había reprimido delitos que uno le denunció en su momento.
-¿Respuesta?
-Silencio.
-¿Dónde denunció?
-Ministerio del Interior.
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