Entre los excluidos del recuerdo
27/08/2010 1 comentario
Mirtana López
Mi recuerdo personal retiene a Bonavita como a un hombre pequeño, de profunda presencia, sonrisa sabia y cálida voz. En aquellos años, alrededor de 1957, se le sentía como el hijo ilustre que volvía a recorrer sus afectos de San José como hombre integrado a otros contextos: el del periodismo en el diario El País, del que fue redactor responsable entre 1948 y 57, en el Ministerio de Ganadería por sus conocimientos sobre el campo y la producción agropecuaria, en el Frigorífico Nacional, y en su establecimiento “El Rancho Blanco”, en Tapia. Integrado a la sociedad de su país hasta el extremo de haber decidido, en una etapa vital que es más de revisión que de descubrimientos, un cambio radical en su derrotero político que no le transformó en apocalíptico porque siguió integrado. Aunque ahora como Presidente del Frente Izquierda de Liberación hasta el momento de su muerte, en octubre de 1971, luego de haber participado de la creación del Frente Amplio. Cincuenta y siete años integrado y trabajando en el ámbito del Partido Nacional; once años a la izquierda uruguaya, sin negar sus orígenes, sino más bien en su defensa.
Sin embargo, y todavía hoy, para nosotros, fue un maragato ilustre en tanto se mantuvo en el Partido Nacional. Porque, en realidad, su terruño nunca le perdonó el “mal paso”. En silencio, sin analizar las razones de su comportamiento, por lo tanto sin condenarlo públicamente, San José lo ignoró. Como si no hubiera existido. Cuando alguna vez se le menciona, es a la sombra y como resonancia de su cuñado y gran amigo, Paquito Espínola, o engalanando el discurso político de candidatos de izquierda, por lo general no oriundos de este departamento, que valoran en dimensión nacional la personalidad de Bonavita. Quizá es muy injusto para con su pueblo decir que lo olvidó. Mucho más exacto sería estudiar por qué se produjo esa ignorancia y cuánto tuvo que ver en ella la línea oficial que rigió nuestras manifestaciones culturales, desde la dictadura hasta hoy.*
Por lo tanto ¿por qué recordar hoy a Luis Pedro Bonavita? No es todavía momento de fechas especiales. Pero es oportuno pensar que si en San José se produce la apertura ideológica, cultural y creativa que debió continuar inmediatamente a la caída de la dictadura, si San José está intentando despegar de la cultura de algunos silencios, uno de esos silencios a quebrantar es el que pesa sobre Luis Pedro. Porque no cabe dudas que su obra se lo merece.
Carlos Real de Azúa, en sus impresionantes 2 tomos a los que tituló “Antología del ensayo uruguayo contemporáneo”, reservó un lugar para Bonavita -entre Carlos Quijano y Esther de Cáceres-, con dos textos seleccionados de su “Crónica general de la nación” y con la exégesis cultural correspondiente. Del estudio de esa “sociedad nacional, entera, vivida y conocida en muy diversos niveles” como caracterizó Real de Azúa la obra del maragato, seleccionó dos capítulos en los que aparece su concepción de un Uruguay de medianías. Dice, por ejemplo, Bonavita: “Acá nada corresponde al gigantismo. Ello es loable y el que no sea capaz de aceptarlo con júbilo, que lo acepte con resignación. Nada de lo que la naturaleza puso bajo o sobre tierra nos aconseja tomar el camino de los gigantismos”.
Mucho más tarde, en libro publicado en 1992, (La balsa de la medusa) Hugo Achugar retoma el pensamiento de Bonavita como uno de los sustentos de su enfoque – en reelaboración actual -, sobre la evolución cultural del Uruguay. En una especie de juego de palabras, asigna a Bonavita su lugar en la elaboración de concepto de país: “No es lo mismo un país pequeño que un país petizo o un paisito. El paisito (quizá designación de Pepe Guerra), más que un modelo cultural fue y es un estado de ánimo. Y esa ha sido hasta ahora la formulación implícita más cercana al espíritu de lo pequeño es hermoso. En cierta manera cabe aquí también lo señalado por Luis Pedro Bonavita acerca del ‘colorcito de país´. Ese colorcito de país tiene que ver con ese estado de ánimo, con esa actitud humana que alienta en la pequeña dimensión del país. La resignada y humanista perspectiva de Bonavita produjo en 1958 el ‘colorcito de país´; y la nostalgia por el lejano país perdido durante la dictadura, el paisito”.
Podrían ser muchas otras las voces elogiosas con las que lo recordáramos. Pero no es nuestra intención hacer un salmo sino comenzar a recordar su pensamiento:
“El gigantismo en ninguna de sus formas tiene correspondencia con el paisaje nacional, es decir con la auténtica fisonomía de nuestra patria. Se comprenderá que no estamos haciendo la prédica de un neo pobrismo y que lo que menos deseamos es encasillarnos en dogma alguno. (…) El gigantismo económico, tal como estamos estructurando nuestra economía, nos irá llevando cada vez más a las formas monopolizantes de los medios de producción y de los bienes producidos. Y esto, un día no es la lucha de clases sino la guerra de clases.”
Terminemos con otra cita premonitoria. Porque no debemos olvidar que este libro fue publicado en 1958:
“Aquel para quien es lo mismo tratar con un dictador sangriento y rapaz que con un gobierno de derecho, no sólo legítimo sino también honrado, porque lo único que le interesa es colocar un dólar y garantirse el cobro, con hablar luego de la defensa del hemisferio y de la democracia no podrá ocultar el profundo desprecio que le inspiran los pueblos oprimidos de las dictaduras como los pueblos libres de las democracias. Y en el desprecio jamás han descansado las relaciones humanas, ni entre los individuos ni entre las naciones.”
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