El encanto del engranaje diminuto, perfecto

«Antes, ser relojero era más difícil porque las piezas se hacían a mano. Era muy dificultoso. Yo estuve en una época en que ya se comenzaba a hacer todo más fácil porque los repuestos venían hechos.
Se arreglaban relojes de pulsera, de bolsillo, piezas de relojes de pared…
Todo llevaba mucho tiempo.
Empecé en el mil novecientos cuarenta y pico. Todavía tengo el mobiliario de mi tío (tío abuelo), el escritorio que tiene más de 100 años. Yo lo heredé…»

Estela Sellanes

Años después, MARIO PUIG recuerda sus tiempos en el oficio de relojero.

Mario Puig me recibió en el living de su casa. Una habitación cargada de adornos y muebles antiguos. Viejos sillones, bien conservados; mesas con mármol, cuero y madera; un piano sobre el que posan cantidad de portarretratos familiares, adornos de porcelana y cristalería.
Esa habitación fue, durante mucho tiempo, la joyería y relojería de la familia.
El abuelo de Mario, Telésforo Puig, comenzó el negocio con su hermano, Toribio S. Puig. Después lo continuó Darío, el papá de Mario. «Eran dos hermanos, Darío y Miguel. Miguel falleció muchos años antes que papá, pero tuvo un hijo muy conocido, a quien le dicen «La Polla».
Entrando, a mano derecha, solía estar la platería. Se hacían bombillas, hebillas, anillos de plata… En la entrada, en un pequeño espacio, quedaba el taller de relojería, donde el viejo escritorio de madera que Mario aún conserva como parte de la herencia familiar, cumplía un rol fundamental.
Muchos son los recuerdos de aquella época. «Hubo muchos años de trabajo difícil, porque se ganaba poco… Era una época en que había poco dinero, pero a la larga, con el transcurso de los años, la Joyería Puig fue tomando prestigio y ganó una cantidad de clientes».

Aprender el oficio
«Yo iba a Montevideo a una academia de un señor maragato: Giaccosa Carbajal. Excelente relojero. Fui unos años a aprender. Iba en tren. Salía a las 12 del día y llegaba de vuelta a las 12 de la noche. Tendría 18 años. Ahora tengo 76.
Fui aprendiendo por partes a arreglar relojes pared y despertadores. El taller me dio muchos amigos. Como todas las cosas, en esa época el trabajo escaseaba y con el oficio de relojero se ganaba bien.
Era una época muy linda por las amistades que se hacían. Éramos muchos los que viajábamos juntos. Yo era el único que iba a aprender relojería».
«Uno lo llevaba en la sangre: yo sentía que tenía que ser relojero, joyero. Como en todos los oficios hay cosas lindas y cosas difíciles. El profesor era muy bueno y nos machacaba con las partes difíciles para que aprendiéramos. Lo más difícil era arreglar espirales, porque ahora hablamos de pilas, pero antes los relojes tenían ejes, volantes y el espiral era lo que les daba la exactitud.
Todo era muy fino. Aparte uno iba conociendo. Muchas veces llevaba los relojes que me resultaba difícil arreglar, para verlos con el profesor. Él era un hombre alto, delgado. Un galán. (…)
Muchos años después de dejar la academia, veo entrar un hombre alto, erguido, a la joyería. Me daba la espalda. Yo lo vi y enseguida me di cuenta que era Giaccosa. Me empezó a hablar de espaldas. Recuerdo que me hizo una pregunta sobre un reloj bueno, un Longines; yo lo miraba y lo miraba… entonces le contesté la pregunta y le dije: ‘y usted por qué me hace esa pregunta señor, si ya sabe la respuesta’. Entonces se dio vuelta y me abrazó. Hacía como 25 años que no lo veía, pero su porte era inconfundible. Vestía muy bien. Era un dandy».

Responsabilidad

«Mi padre y mi abuelo eran muy cuidadosos de las cosas… Como anécdota recuerdo que guardaban un lugar con relojes pared que tenían la fecha, el nombre del cliente y el precio. Resulta que yo me encuentro con un reloj pared, Ansonia, que hacía más de 30 años que estaba en la relojería. Le pregunté a mi padre para qué lo seguía guardando, ‘Dejalo ahí’, me contestó. Yo no entendía, me parecía que si no lo habían venido a buscar en tantos años, lo podíamos vender. Al tiempo supe por qué guardaba las cosas… Una persona falleció y en el legado decía que en la joyería Puig había un reloj pared Ansonia. Lo vinieron a buscar 36 años después».

Herramientas

«Para arreglar se usaban las mismas herramientas que continúan usándose ahora: lo más común es la brusela (pinza), que viene en distintos tamaños. Con bruselas más grandes podías agarrar piezas de reloj pared… Para armar y desarmar se usaban los destornilladores, de diferentes tamaños…».

La aparición de la pila
«Claro, cuando apareció el reloj de pila, varió totalmente el oficio. Los relojeros siempre fueron necesarios, pero con el reloj de pila, no tanto. A la prueba está que en cualquier esquina colocaban pilas… Las cosas difíciles se fueron dejando por las fáciles. Antes, de repente te llevaba un día entero arreglar un reloj y hoy en pocos minutos, colocás la pila y el reloj ya queda marchando».

El viejo escritorio de madera, que Mario heredó de la vieja relojería, aún conserva la morsa, que a veces facilitaba el trabajo, aunque en realidad no tenía mucho uso.

Difíciles
«Yo recuerdo que algún reloj me sacó canas verdes. Pero uno tenía que tener paciencia con los clientes. En toda época hubo clientes pesados… y había que atenderlos. Eso pasaba unas cuantas veces; pero cuando las personas son difíciles más vale perderlas que encontrarlas…»

El reloj de la Iglesia
«La primera vez que lo vi, pensé: ¡qué fantástico! Yo lo visité muchas veces. Tenía muy buenas relaciones con la curia, pero ellos tenían personas que venían de Montevideo especialmente para hacer los arreglos que fueran necesarios; ya estaban seleccionadas.
Las piezas son enormes y no tienen desgaste en años… Son piezas de bronce, porque no existía el acero. Después de algún tiempo el bronce se iba desgastando y alguna pieza se comía. A veces había que sacar una rueda y hacer un diente o dos a nuevo, exactamente iguales.
Yo nunca estuve en ningún arreglo del reloj de la Iglesia, pero en sí era como arreglar un reloj pared o un reloj despertador. Tiene las mismas ruedas pero mucho más grandes».

Al momento de la entrevista, Mario no recordaba desde qué año hasta qué año funcionó la joyería familiar, pero prometió buscarme los datos para el día siguiente. Quedé en llamarlo. «Me hubiera gustado recordar otras cosas pero me he ido olvidando…».
La decisión de cerrar fue por un tema familiar. No había quién se hiciera cargo del comercio: «Mis hijos siguieron caminos diferentes, se dedicaron a otras cosas muy distintas…»
«En principio me dolió tener que dejar pero después pensé que era mucho el trabajo… Éramos mi señora y yo… Había que ser muy quisquilloso para este tipo de trabajo…»
La Joyería y Relojería Puig  abrió por primera vez el 19 de agosto de 1913.
Pegado a la casa de Mario sigue funcionando la joyería de su hermano.


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