Carlos Calisto y sus recuerdos de un San José en dictadura
24/09/2010 2 comentarios
Comenzó su vínculo con la Asociación Cristiana de Jóvenes de San José (acj) en la década del 60 y lo mantuvo hasta el año 1996, cuando decidió irse a trabajar a la ACJ de Buenos Aires. Con la crisis del 2002 perdió su puesto y debió buscarse otro sustento. Ahora volvió a Uruguay y desde el 3 de mayo dirige la ACJ de Salto.
Estela Sellanes
Entró en la ACJ de San José como socio en el año 1963. Vivía en el campo y se vino a la ciudad para hacer el liceo; era hijo de una maestra rural.
En el año 1965 comenzó el programa de liderato, con Gustavo Zipitría. (El director de la ACJ en ese momento era Juan Carlos Muszwic).
Estudió Magisterio en el Instituto de Formación Docente de San José. Se recibió el 10 de enero de 1972.
-¿Cómo fueron tus inicios en la ACJ?
-Hugo García, que era director general de la ACJ desde el año 70, me había convocado a trabajar con él y entré en el 72 como director de programa. Cuando Hugo postula y obtiene un cargo internacional, que era dirigir un centro internacional de campamentos de la ACJ latinoamericana en Piriápolis, el 1 de setiembre del 75 yo pasé a ocupar la dirección general de la ACJ de San José, cargo en el que estuve hasta marzo del 96.
Son fechas que marcan la vida. Yo tengo 58 años, soy muy malo para muchas fechas pero hay algunas que me marcaron.
-¿Por qué decidiste no trabajar como maestro?
-Mi opción entre no trabajar como maestro y trabajar en la ACJ fue porque ya las condiciones para trabajar como maestro eran bastante impresentables… Realmente, entendí que para lo que yo me había formado, un joven con 20 y pocos años, que creía que con la Educación le poníamos un mango al mundo y lo dábamos vuelta, las posibilidades de trabajo como maestro eran de una condicionalidad total al papeleo, a la escritura, a la ficha, al portarse bien, a no ser calificado con la terrible letra C, proscrito, interdicto, como fuera, por tonteras, como pasaba en aquellos tiempos.
Se llegaron a corregir textos de la propia Primaria que tenían frases de Artigas y a eliminarlas. Era absolutismo del poder y de las armas mezclado. Una muy peligrosa combinación…
-Hablemos de San José en Dictadura. ¿Qué recordás del ambiente?
-Me parece muy bueno volver sobre el pasado, porque también los militares decían que los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo. Ellos lo hacían con una intencionalidad explícita de negar hechos del pasado. Yo creo que está buena la frase, pero está buena en todo su contexto. No hay que olvidarse del pasado. A mí me pasa hoy… cuando uno habla con gente de menos de 30 años o de 30, prácticamente no tienen idea de lo que pasó en esos tiempos. (…) Por ejemplo, una comisión de damas, para organizar un almuerzo en ese época tenía que pedir permiso a Jefatura para ver quiénes iban, quién era la comisión que organizaba y en algunos casos aceptar o bancarse que determinada persona no estuviera en ese grupo organizativo porque era una persona que estaba -como decían ellos- interdicta. Es decir, una persona que estaba pero no podía estar. (…) Acá, el poder hegemónico pretendió hacer desaparecerte aunque estuvieras, por la violencia de la eliminación presencial, diciéndote que no podías estar en un acto.
Nos pasó tener gente parada en la puerta controlando a quienes entraban en un almuerzo o, como lo que pasó cuando la ACJ retomó, creo que en el 82, la Semana de la Juventud, que se había parado durante el período de Dictadura.
(…) Nosotros retomamos la Semana de la Juventud y recuerdo como si fuera hoy que mientras organizábamos las pistas, en hojas grandes para la búsqueda del tesoro, tenía al Jefe de Investigaciones sentado al lado mío. Como eran pistas en clave, tenía que explicarle que las rayitas alineadas que parecían no decir nada, lo que decían era ‘Catedral’ o ‘Teatro’ y todo el mensaje en clave era ese. Yo sentía que era un absurdo, un poco macondiano explicarlo…
-Eran comunes esas situaciones donde había que dar explicaciones…
-Fue la situación que se vivió, donde todos sospechábamos de todos. Venían y te decían ‘mirá que a fulano lo vi hablando…’ y como no estaba planteado qué podías decir y qué no, siempre estaba la duda…
-¿Recordás alguna anécdota en especial, algo que te haya marcado?
-Nosotros tuvimos una fuerte presión de la Intendencia militar en aquel momento para usar las instalaciones del gimnasio de la ACJ, el Argos. La Intendencia quería usarlo sin ningún tipo de contrapartida para la ACJ, entonces en algún momento tuvimos una suerte de tensión institucional. Nos pasó una vez que vinimos, con un integrante de la comisión de cultura, a una entrevista a la Intendencia, al despacho del señor Intendente, que en aquel momento era el Coronel Bazzano. Veníamos a pedir el Teatro Macció para hacer una actividad con gente de Taiwán. No me acuerdo qué se pretendía traer, era un espectáculo cultural de ese país que estaba en Montevideo.
Estábamos sentados en el despacho y el coronel nos dijo ‘¡cómo yo le voy a prestar el Teatro Macció a la Asociación Cristiana cuando la Asociación Cristiana no nos presta el gimnasio!’ La persona que me acompañaba, que no la voy a mencionar por respeto, una excelente persona, correctísima, funcionario público de cierta jerarquía, temblaba como vara verde en ese despacho. Yo me sentí muy culpable de exponerlo ante una situación absolutamente indeseada. (…) Me consta que pasó un muy mal momento por este planteo que revelaba la situación despótica…
Y yo el planteo lo fui llevando bien; no me la doy de gran negociador pero tampoco soy mudo ni callado y además creo, como dijo Artigas, que teniendo la razón o creyendo tenerla, uno tiene que llevar los argumentos adelante.
Sé que salimos mal de la entrevista, aunque no había otro argumento salvo el hecho de no querer prestarlo (el Teatro) y la presión sobre la persona que estaba, diciéndole: ‘yo sé donde usted trabaja’, cosa que pasaba.
-Y había miedo…
-Se percibía en la sociedad. Yo creo que el humor popular refleja mucho de las cosas de la realidad. Acá había un chiste que se manejaba en aquellos tiempos: Se habían construido los puentes de interconexión entre Uruguay y Argentina. Pasaba un perrito que venía de Argentina para Uruguay y se encontraba en la mitad del puente con un perrito que cruzaba del Uruguay para la Argentina. El perrito argentino decía que se iba de Argentina porque allí no había comida, árboles, perritas… Y le pregunta al uruguayo ¿en Uruguay hay perritas, comida y árboles? El uruguayo le contesta, ‘la cantidad que quieras’. Y entonces el argentino le pregunta: ‘¿Y entonces por qué querés cruzar?’ Y el uruguayo le dice: ‘porque tengo unas ganas de ladrar, terribles’.
Yo creo que ese chiste que circulaba, como muchísimos de los chistes que eran la contracultura a lo imperante, revelaban un estado de cosas.
(…) Yo jugaba al fútbol, y nos tocaba interactuar con cuadros que eran representativos del sistema militar. Y yo era mal jugador pero era bastante brusco en mi juego; le pegué una patada mal a uno en un partido, un sábado a la tarde… Jugábamos la divisional B, en el SAFA. El que fue afectado por mi patada me dijo ‘esta noche cuando salga en la ronda, yo te voy a levantar’.
Pasé toda la noche con esa sensación: ¿Y si pasa un jeep y me levanta? ¿Y después que me levanta, qué?
-¿Tuviste amigos que fueron detenidos? ¿Sufriste esa situación?
-Y sí, obviamente, hubo una cantidad de amigos detenidos que pasaron mal, gente conocida que pasó mal, no necesariamente amigos. Yo personalmente fui citado y estuve varias horas en la Jefatura de Policía, que era vecina nuestra de la ACJ. En la Semana de la Juventud, cuando las Estudiantinas cantaron, algunas obviamente habían modificado algún texto, entonces me llaman a mí y me preguntan si yo era responsable…
-¿Había que presentar los textos antes para que los aprobaran?
-Aprobaban los textos y en algunos casos te los tachaban y te decían que tal parte no se podía cantar, entonces llegamos a un acuerdo, que la gente cantara el tema que fuera, cantara la letra hasta donde lo permitían y que la parte tachada se decía la la la la la la la, con lo cual se hacía más evidente la situación de opresión.
A mí me llevaron y estuve horas, no sé si cinco o seis en Jefatura, sentado en la puerta de los calabozos, esperando para tomarme una declaración de por qué fulano o zutano había dicho lo que había dicho, a lo cual yo respondí ‘habrá dicho porque tuvo ganas, yo no me voy a parar arriba del escenario a hacerme cargo de lo que dicen todos y cada uno’.
-¿Y los desfiles de la Semana?
-Bueno, recuerdo que se dio un absurdo. El desfile inaugural arrancaba en la Plaza de Deportes, pasaba frente a la ACJ y pretendíamos cerrarlo, si no recuerdo mal, en la Plaza 4 de Octubre.
El tema es que pasaba por calle Artigas, entonces el permiso para circular era de Jefatura. Fuimos a Jefatura y recuerdo que nos dieron la orden de que cuando los grupos -y hablo de miles de personas que participaban- llegaran a la esquina de la Plaza, que empezaba la cuadra de la Región, no cantáramos para evitar que se dijera algo contra las Fuerzas Armadas. (…) La orden era ‘Llegan a la Escuela de Varones, ahí todo el mundo se calla durante una cuadra y después retoman el canto’.
Se dio la paradoja que parecía una manifestación silenciosa, los grupos llegaron a la esquina de la Escuela de Varones y en esa cuadra se hizo un silencio total como en misa. Llegamos a la intersección de Artigas y Ciganda y se retomó el canto con alegría.
-O sea que tuvo su significación…
-De alguna manera había un significado entre lo que denota y lo que connota, que cada uno haría su lectura… Eso era una de las tantas paradojas que pasaban en situaciones como ésta.
-¿Cómo viviste el tema de las categorías A, B y C?
– (…) La ACJ tiene una categoría de socio básico, que no es el socio común (…) que para serlo tiene que firmar una declaración de compromiso cristiano con los fines y objetivos de la institución. (…) Nosotros teníamos muchos dirigentes en esa condición, 50 o 60. Llegó el momento de la Asamblea y había que pasar lista. Se tacharon muchos nombres. En Jefatura nos habían dicho todos los que estaban interdictos. Uno de los que estaba en esa situación, estaba, en el momento que fue interdicto, oficiando de tesorero en la comisión directiva. Se hizo la Asamblea y como él tenía prohibido ser parte, lo que hizo fue pararse en el fondo de la Asamblea, no decir nada, pero hacer acto de presencia. (…) Era una persona intachable en todo sentido, incluso si fuera por establecer categorías en las opiniones políticas… Evidentemente a alguien se le fue el lápiz o tenía un encono personal, porque esas cosas pasaban, al que tachaba podía no gustarle la cara de alguien…
(…) Eso de las categorías era así, vos mandabas una lista y te ponían una cruz al lado y te decían ‘está interdicto’, quedaba en vos jugártela después… El otro tema que generaba esto, es que (…) había mucha gente que no quería exponer su nombre, participar de nada, precisamente por el hecho de que podía ser tachada y podía afectar su trabajo, etcétera. Y en algunos casos simplemente no querían sentir el manoseo de tener que dar prueba de la ‘fe democrática’. Había unos que evaluaban la fe democrática de los otros. Lo que no había era posibilidades de disenso.
-Hay quienes dicen que hasta saludar en la calle a personas que tal vez eran categoría C, daba miedo.
-Sí. Tengo otra anécdota. Cruzarse en la calle con ‘el loco’ Hugo Nantes, generaba en uno una sensación de incertidumbre. Porque te cruzabas con Hugo y le preguntabas ¿cómo andás? y él te contestaba ‘y mal, ¡¿cómo querés que ande?!’ Entonces vos en la calle no querías cruzarte con Hugo para no sentir que podía ser visto como cómplice; decir que te sentías mal… Realmente, la atmósfera de opresión la vivimos así… Ojalá Dios quiera y nosotros, cada uno de los ciudadanos, con compromiso y más participación hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para que esas situaciones no se repitan, porque la democracia, aunque tenga muchos defectos, es, de todo lo que conocemos, el mejor de los sistemas. Y democracia es participación, compromiso, no compromiso de cada cuatro o cinco años sino del día a día, compromiso ciudadano, de participación activa, de ser responsable en cada una de las cosas, pequeñas cosas…
No fue un tiempo fácil
“La segunda semana de noviembre la ACJ celebra la Semana de la Acción y Confraternidad Mundial. Nos viene un libro de trabajo con algunas pautas. Durante la década dictatorial, ese librito llegaba al Uruguay y si pasaba las aduanas -porque los libros eran confiscados-, cuando llegaba a la ACJ en general no podíamos trabajar porque hablaba de defender la justicia, la paz, trabajar por los derechos humanos, palabras que eran impensadas porque eras calificado como subversivo frente a esas cosas.
Yo siempre usé como eslogan un texto de trabajo muy revelador que dice: «Y tú preguntas ¿qué de los inocentes espectadores? Pero si tú eres espectador no eres inocente». Es una demanda a la participación, al compromiso. Yo no puedo declararme inocente en tanto sea espectador de una situación. Y si soy espectador de situaciones de injusticia, de opresión, yo soy actor de esa parte. Es muy fuerte esa frase… Yo la llevo como caballito de batalla.
Son muchos años… y yo lamenté muchas veces sentir desconfianza de gente que consideraba amiga, porque te conseguían sembrar la duda sobre el nivel de amistad y te llevaban al extremo de no poderlo dialogar… Determinadas cosas no se hablaban. No, no fue un tiempo fácil.
En casa teníamos un copiador de cola de pescado, que usaban todos los maestros en aquel tiempo. Gelatina, cola de pescado que se ponía en una bandeja y con un carbónico especial se hacían las copias que decían “No al golpe de estado”.Muchos volantes se hicieron en mi casa, y pasó que en un momento mi pobre madre angustiada hasta amenazó con echarme… ”
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